miércoles, 8 de julio de 2009

EL SOMBRERO MANABITA


Lo cierto es que por demostración de poder, como identificación de jerarquías, por higiene, protección, abrigo, seducción, diferenciación social o por simple coquetería, el hombre y la mujer a lo largo de la historia- han utilizado elementos en la cabeza, comúnmente llamados sombreros.

Resulta curioso que el artículo de exportación más famoso de Ecuador sea el llamado sombrero panamá.

En realidad, estos sombreros suaves, ligeros y muy resistentes se tejen en este país desde hace más de un siglo, donde son conocidos por su nombre correcto, sombrero de paja toquilla, al estar fabricados artesanalmente con esta fibra vegetal.

Esta incomprensible confusión se remonta a los tiempos de la construcción del canal de Panamá. En 1880, los obreros contratados por el ingeniero Fernando Lesseps utilizaban estos livianos sombreros de ala ancha para protegerse del sol tropical, ignorando cuál era su lugar de origen.

Los conquistadores españoles que llegaron a Ecuador en 1531 descubrieron que los indígenas de la región de Manabí llevaban a diario originales sombreros de paja en forma de alas de murciélago

Los hombres que acompañaban a Pizarro y Almagro enseguida adaptaron este complemento en su vestimenta y los bautizaron como ‘toquillas’, palabra derivada de la española ‘toca’.

Francisco Delgado fue el primer tejedor español de sombreros de paja toquilla y formaba parte de los grupos de artesanos que se instalaron en Manabí, cuyo clima húmedo facilitaba el trenzado de la paja.

Tal fue su arte y destreza, que fueron enviados a enseñar a otros tejedores a Guayaquil y a Perú, ignorando entonces que un día estos sombreros utilizados a diario por los campesinos se convertirían en una leyenda.

El general Eloy Alfaro, presidente de Ecuador en 1895, nació en Montecristi, el mayor centro artesanal de sombreros, y fue uno de sus más entusiastas divulgadores.

A su padre, don Manuel Alfaro, se le considera el primer exportador de sombreros toquilla. En realidad, padre e hijo se ganaron confortablemente la vida, exportando finos panamás ‘made in Ecuador’

En 1863, medio millón de estos sombreros partían a través del puerto de Guayaquil. El panamá se había convertido en el producto más famoso del país.

Más tarde, en 1930, cuando el presidente Roosevelt visitó la zona del canal se aficionó a este tipo de sombrero y lo puso de moda en Estados Unidos. A partir de este momento el ya bautizado como panama hat se convirtió en un complemento muy apreciado por los hombres deportivos y aventureros.


La ruta del sombrero panamá comienza en las cálidas costas del Pacífico, donde crece la mejor paja para elaborar esta famosa prenda.

En la costa de Manabí los campesinos, como sus antepasados, hierven en agua las delgadas hojas durante una hora y las dejan secar al sol, colgadas en las fachadas de sus casas, antes de empaquetarlas rumbo a los pueblos de tejedores de la sierra, que pocos años atrás sólo eran accesibles a lomo de mula.

Es el primer paso en la fabricación de este apreciado artículo que, en las elegantes sombrererías de ciudades como Londres o Milán, se vende a precios desorbitados.

Para conocer a los mejores tejedores de esta prenda que pusieron de moda mafiosos, aventureros, políticos y reyes, hay que perderse por pueblos que parecen detenidos en el tiempo, como Montecristi, Jipijapa, Gualaceo y Sigsig, donde algunas familias lo siguen fabricando de manera totalmente artesanal.

Según los entendidos, la clave para conseguir un tejido superfino es trenzar la paja en las madrugadas o cuando está anocheciendo para que ésta no se rompa.

Los sombreros de mayor calidad conocidos como superfinos requieren hasta tres meses de minucioso trabajo.

Son tan impermeables que vueltos hacia arriba pueden mantener el agua como un vaso, y tan flexibles que se venden enrollados en una liviana caja de madera de balsa.

Montecristi es la auténtica cuna del sombrero panamá. Durante más de 150 años, los mejores superfinos del mundo han salido de este tranquilo pueblo de la provincia de Manabí, antiguo refugio de piratas y corsarios.

La mayoría de sus habitantes siguen involucrados en este arte que les ha dado renombre internacional; casi todas las casas cuentan con un rudimentario taller y una pequeña sala de exposiciones.

Los tejedores más ancianos recuerdan muy bien cuándo los sombreros viajaban a lomos de mula hasta Guayaquil, dónde embarcaban en pequeños barcos rumbo a Panamá y de allí a Estados Unidos. Y les gusta contar a los viajeros historias y leyendas en torno a un producto que ellos consideran con orgullo una auténtica obra de arte, el inimitable panamá.
Sabía ud. quienes usaron los famosos sombreros:

Con nombre propio. En los años 20, la industria del sombrero panamá prosperó gracias a la influencia de las películas de Hollywood, y el gusto de los norteamericanos por este complemento elegante y deportivo.
Los más famosos aventureros, mafiosos y detectives de la gran pantalla no podían actuar sin él.
Los gángsters del cine negro utilizaban el modelo de ala ancha, estilo que todavía hoy se denomina ‘Al Capone’ entre los tejedores de Manabí. Charlie Chan lo tomó como signo distintivo y Marlon Brando lo lució con elegancia en la saga de los Corleone en la inolvidable película de Coppola, ‘El Padrino’. Harrison Ford, en todas las entregas de ‘Indiana Jones’ no se lo quita ni para dormir y Michael Douglas descubrió en ‘Tras el corazón verde’ que este sombrero era el ideal para protegerse del tórrido calor tropical y que apenas se deformaba tras un chapuzón en un río de aguas bravas. Directores de cine como Orson Welles y John Huston lo consideraban casi un talismán y escritores como Mark Twain o Graham Green lo envolvieron de exotismo. El Gobierno ecuatoriano ha regalado un ‘superfino’ a todos los presidentes norteamericanos desde Grover Cleveland, aunque Theodore Roosevelt y Herbert Hoover fueron sus mas acérrimos defensores.
Los monarcas británicos Eduardo Vll y Jorge V también lo usaban, al igual que nuestro rey Alfonso Xlll.

LA RUTA DEL SOMBERO DE PAJA TOQUILLA

RUTA DEL SOMBRERO DE PANAMA

Siguiendo la ruta del souvenir más conocido de Ecuador, el camino nos conduce a otra región también célebre por el acabado y calidad de sus sombreros.

Dejando atrás la costa de Manabí nos adentramos en los fértiles valles de la sierra meridional, en las provincias de Cañar, Azuay y Loja.

Es la parte menos visitada del altiplano y sin duda la más fascinante por sus mercados tradicionales, aldeas indígenas, iglesias coloniales e imponentes paisajes naturales. Cuenca, la capital de la provincia de Azuay, es el punto de partida para recorrer los lugares donde aún se fabrica hace más de un siglo.

Esta ciudad de calles adoquinadas, mansiones encaladas, iglesias recargadas y patios llenos de geranios se siente orgullosa de su pasado colonial.

La visión de sus viejos edificios, construidos al pie del barranco, a orillas del río Tomebamba, recuerda mucho a su homónima española, con sus típicas casas colgantes.

Los domingos en la plaza de María Auxiliadora de Cuenca se vende la paja toquilla que llega de las tierras bajas de la costa.

La feria atrae a las tejedoras que acuden a comprar paja nueva, y a vender sus sombreros inacabados a los intermediarios de las fábricas, conocidos como perros.

Resulta todo un espectáculo presenciar las negociaciones entre las indígenas, vestidas con sus camisas bordadas y faldas de llamativos colores, y los compradores en un ambiente distendido y festivo.

Al atardecer regresan con sus fardos de paja a sus pueblos de origen, como Sigsig, 67 kilómetros distante de la ciudad, otro destino importante en la fascinante ruta del sombrero

Este pueblo, que adquirió fama entre los conquistadores españoles por ser un productivo lavadero de oro, hoy es un centro artesanal dedicado casi exclusivamente a la fabricación de los sombreros de paja toquilla.

El domingo, día de mercado, pilas de sombreros de todas las calidades se apiñan en los tenderetes de la plaza central y tras un duro regateo es posible llevarse a buen precio un magnífico superfino.

En otras aldeas cercanas de la provincia de Cañar hay también excelentes tejedores de paja toquilla, y en sus alrededores existen importantes centros arqueológicos, como las ruinas incas de Ingapirca.

En estos parajes poco visitados por los turistas, sus habitantes, los orgullosos cañaris, mantienen vivas sus milenarias tradiciones y original vestimenta.

Los hombres, con su largo pelo negro recogido en la nuca, lucen a diario su traje típico compuesto por sombrero blanco, poncho corto sujeto a la cintura con una faja y camisa bordada en puños y cuello.

Las mujeres usan también el tradicional sombrero blanco de lana prensada y llevan finas camisas bordadas a mano, chales de ikat y amplias faldas con enaguas.

PROCESO

En la costa de Manabí los campesinos, como sus antepasados, hierven en agua las delgadas hojas durante una hora y las dejan secar al sol, colgadas en las fachadas de sus casas, antes de empaquetarlas rumbo a los pueblos de tejedores de la sierra, que pocos años atrás sólo eran accesibles a lomos de mula. Es el primer paso en la fabricación de este apreciado artículo que, en las elegantes sombrererías de ciudades como Londres o Milán

El proceso de creación es lento y totalmente artesanal, se hace con las fibras de una planta autóctona, la paja toquilla.

Se corta, se raja todo a mano, se cocina en agua y fuego, se pone a secar; se divide hebra por hebra, se pone a saumar con azufre y después al sol para que blanquee un poco más"

La complicación viene porque hay que rajar las hebras una por una y todas al mismo tamaño para hacer el sombrero uniforme. Así se puede tardar entre uno o seis meses en hacer una de estas piezas, depende de lo fino que sea el sombrero.

Dado que esto es artesanal, cada sombrero es diferente del otro y cuestan entre 50 dólares hasta los 600 dólares a los mayoristas, pero luego los venden entre 5.000 y 6.000 dólares en el extranjero.

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